¿Por qué los romanos permitieron la entrada triunfal?
Mira por un momento la entrada triunfal de Jesús como un romano lo habría mirado. ¿Se le ha ocurrido alguna vez que fue algo muy notable que los oficiales romanos no interfirieran en esta demostración?
Los romanos estaban allí para sofocar la insurrección, para mantener a raya a los turbulentos judíos, y sin embargo, no hubo interferencia de su parte! Estaban acostumbrados a ver estas vastas multitudes reunidas para ejercicios religiosos en Jerusalén; pero estaban perfectamente conscientes de este extraño movimiento y de esta inusual excitación manifestada. Conocían al profeta de Nazaret, pero no interfirieron. ¿Por qué no? Porque todo el asunto era total y absolutamente despreciable.
Lo digo con más fuerza aún y digo que lo que describimos como una entrada triunfal habría sido a los ojos del romano un hazmerreír; el romano que había visto en la ciudad eterna sentada en sus siete colinas, el regreso triunfal de un conquistador! No necesito detenerme a describir en detalle esas entradas triunfales, en las que el conquistador, con los reyes que había vencido en la guerra encadenado a las ruedas de su carro, en medio de la aclamación de las multitudes reunidas, entró en la ciudad en la magnificencia militar. Algún viejo soldado que hubiera visto tal entrada en Roma miraría esta entrada caracterizada por ropas viejas, árboles rotos, gente campesina desarmada, y la habría considerado con supremo desprecio.
Era sólo una multitud; desorganizada, gritando, arrancando ramas de los árboles y echándolas en el camino, quitándose las ropas y poniéndolas sobre la espalda del potro sobre el que cabalgaba un hombre. Un hombre cabalgando sobre ropas viejas, en medio de árboles rotos, rodeado por una multitud que gritaba. Esa habría sido la perspectiva romana de toda la escena: ¡Grotesca!