¿La cruz era realmente para nosotros o para Dios?
Alguien puede preguntar: «¿Cómo puede ser amoroso para Dios ser tan exaltado en la obra de la cruz? Si realmente está exaltando su propia gloria y reivindicando su propia justicia, entonces ¿cómo es la cruz realmente un acto de amor hacia nosotros?»
Me temo que la pregunta traiciona una mentalidad secular común con el hombre en el centro. Asume que, para que seamos amados, Dios debe hacernos el centro. Debe resaltar nuestro valor. Si nuestro valor no se acentúa, entonces no somos amados. Si nuestro valor no es el fundamento de la cruz, entonces no somos estimados. La suposición de tal cuestionamiento es que la exaltación del valor y la gloria de Dios sobre el hombre no es la esencia misma de lo que es el amor de Dios por el hombre.
La mentalidad bíblica, sin embargo, afirma lo contrario. La cruz es el pináculo del amor de Dios por los pecadores, no porque demuestre el valor de los pecadores, sino porque reivindica el valor de Dios para que los pecadores lo disfruten. El amor de Dios por el hombre no consiste en hacer al hombre central, sino en hacerse a sí mismo central para el hombre. La cruz no dirige la atención del hombre a su propio valor reivindicado, sino a la justicia reivindicada de Dios.
Esto es amor, porque la única felicidad eterna para el hombre es la felicidad centrada en las riquezas de la gloria de Dios.
«En tu presencia hay plenitud de gozo; en tu diestra hay placeres para siempre» (Salmo 16, 11). La auto-exaltación de Dios es amorosa, porque nos preserva y nos ofrece el único objeto de deseo que todo lo satisface en el universo – el Dios todo-glorioso y todo-justo.