El Sermón de la Montaña: ¿Por qué tan impactante?
La multitud que escuchaba el sermón de la montaña no esperaba lo que obtuvo. Aunque conozcamos las frases comunes del discurso de Jesús, la audiencia se fue sorprendida, y la razón de esa sorpresa implicaba expectativas maltrechas.
Las profecías del Antiguo Testamento señalaban la llegada de un Mesías: el descendiente de David, el Hijo de una virgen, el Siervo sufriente. Sin embargo, como puede suceder a menudo con la Palabra de Dios, los maestros en el antiguo Israel torcieron las profecías para cumplir con sus propias nociones preconcebidas. Muchos no reconocieron al Mesías (el prometido) cuando llegó. En cambio, malinterpretaron su misión y distorsionaron voluntariamente las promesas de Dios (cf. Juan 11:49-50).
Cuando Jesús enseñó a las multitudes, tuvo que lidiar con el concepto erróneo de la gente. Esperaban que un líder político los sacara de la ocupación romana y no necesariamente de la esclavitud del pecado; querían a alguien que tuviera compasión sólo por los judíos y los gentiles conversos; y pensaban que ser descendiente de Abraham era razón suficiente para que el Mesías los aceptara.
Pero Jesús se enfrentó a cada uno de estos conceptos. En lugar de reunir un derrocamiento terrenal de Roma, llamó benditos a los que sufrieron la opresión. Peor aún, los llamó a amar a aquellos que los oprimían, que los gobernaban, que los maldecían, no sólo por compasión hacia otros judíos y conversos, sino hacia todos.
Además de todo eso, Jesús les dijo que no cualquiera podía entrar en el Reino de los Cielos, sin importar cuántos milagros hicieran en su nombre, sino sólo aquellos que hicieran la voluntad del Padre.
Al final del sermón, los oyentes salieron asombrados y probablemente aturdidos. Todo lo que se les había dicho, todo lo que esperaban del Mesías, había sido conmovedoramente corregido.